Portazos, gritos, insultos, amenazas, miradas asesinas… Sí, también en las organizaciones de toda índole se ven y se viven. Muchos profesionales se permiten impartir clases magistrales de antiliderazgo, por no decir de mala educación e incluso de maltrato. Sobre este tema escribía hace un quinquenio largo y estos días he sentido la necesidad de recuperar este texto, y comprobar dónde estábamos. Desgraciadamente me inclino a pensar que la polarización está ayudando a convertir estas clases magistrales en auténticos másteres.
Echando la vista atrás, ¿qué es lo que recuerdas cuándo rememoras la relación con un jefe o con cualquier compañero con el que te ha tocado compartir faena? Seguro que te vienen a la mente varias perlas que todavía hoy te causan desasosiego o en el mejor de los casos te hacen partir de la risa. Probablemente, no recordarás ese tiempo neutro y difuso que rellena muchas veces tu devenir por una empresa, sino más bien aquellos momentos con más emoción en donde has vivido un traspié, una frustración, un logro… Y desde luego se quedan marcados aquellos arrebatos que a veces eran repentinos y fruto de una tensión excepcional pero otras veces eran la tónica habitual.
Y es que no todo en el mundo profesional es liderazgo, ni todas las personas con las que nos topamos son espejos en los que mirarnos, sino que al contrario en ocasiones representan exactamente aquello a lo que no queremos parecernos. El trato diario y la sobreexposición, no obstante, entrañan el riesgo de que adoptemos por ósmosis aquellos comportamientos que nunca deberían de inspirarnos pero que desgraciadamente marcan su impronta.
Culturas del miedo
Conocemos ejemplos de compañías en las que impera una pasmosa cultura del miedo, se promueve desde arriba para tensionar la organización y crea paradójicamente un inusitado vínculo de dependencia, aunque a la postre representa un zarpazo a la pretendida productividad. Nos podemos plantear, sin embargo, si ante este tipo de situaciones tenemos una verdadera capacidad de elegir o si nos atrapan el victimismo, la inseguridad o la propia comodidad.
Nos surge aquí el interrogante sobre cuál es la responsabilidad de una empresa y de su equipo directivo en la ejemplaridad. Vivimos en un mundo imperfecto y convivimos con nuestros deslices y humanas inclinaciones. Como fórmula para reforzar la convivencia, empleamos un filtro corrector para tolerar las afrentas de los demás y esperamos que también se aplique sobre nuestros desmanes, acaso inconscientes. Con todo, sufrir la falta de modales de forma repetida así como la desconsideración o atentados al respeto termina horadando la propia autoestima con la consiguiente repercusión inmediata en el desempeño, pudiendo ser causa directa de burnout.
Culturas éticas y sanas
Puede que no sea suficiente con tener una ambición desmedida, una marcada orientación a los resultados y llevar a cabo una excelente aplicación de la estrategia de negocio. Ya hay evidencia científica de que junto a lo anterior, los seres humanos damos lo mejor de nosotros mismos cuando nos regimos por una ética emocionalmente sana, unos principios, una forma de desenvolvernos que saque lo mejor de los demás, que nuestras neuronas espejo sean un espejo que susciten las ganas de parecerse y sirvan de inspiración.
Se mira hacia arriba en la organización en búsqueda de referentes pero no siempre se encuentran. Casi seis años después, sigo apelando al esfuerzo individual para conformar una manera de hacer las cosas que cristalice en beneficio del colectivo. Creo que no hay que señalar a unos pocos sino que es tarea de todos contribuir al bien común lo cual no exime de una especial dedicación a los que ostentan una mayor representación y responsabilidad.
Hoy insisto: No es ético ni estético ni saludable vivir en ambientes tóxicos, ya sean presenciales o virtuales, y hacer como si no fuera para tanto. Sí lo es y mucho, lo sabemos: el talento huye y la productividad se reduce a mínimos, por no hablar del daño emocional que pueden sufrir a diario esos profesionales, ya de por sí en un ambiente como el actual nada fácil y lleno de incertidumbres. ¿Nos podemos permitir estos másteres?