La mayoría de nosotros hemos sido educados, y vivimos, de acuerdo al paradigma de la vida de las tres etapas: la primera etapa es para aprender, la segunda para trabajar y la tercera para disfrutar de la jubilación.
Este paradigma partía de la hipótesis que, a finales del siglo pasado, la literatura científica sostenía acerca de que la vida humana tenía una duración fija promedio de 85 años, con una desviación estándar de 7 años. Más o menos, se estimaba que una persona dedicaba los 20-25 primeros años a formarse, los siguientes 40-45 a trabajar, y finalmente otros 20-25 años a la jubilación.
Lo cierto es que la esperanza de vida ha aumentado 2,5 años por década desde mediados del siglo XIX y no parece que esa tendencia se haya roto hasta la fecha. Por tanto, alrededor del año 2060 la esperanza de vida será de más de 100 años.
En términos prácticos esto significa que hoy una vida promedio supone vivir casi 745 mil horas, pero en un futuro no muy lejano alcanzará 876 mil horas. La gran pregunta a la que dentro de poco se tendrá que enfrentar cada ser humanos es: ¿Qué quieres hacer con esas 131 mil horas de diferencia que vas a vivir?
Nuevo paradigma
No es difícil imaginar que estamos a las puertas de un cambio importante de paradigma. La vida en tres etapas ya no tiene mucho sentido, nadie en su sano juicio desearía pasar 131 mil horas jugando al golf o viendo la televisión. El aumento de la esperanza de vida nos lanza a la fascinante tarea de reimaginar cómo puede ser nuestra vida.
La evolución en medicina nos permite pensar que nuestra salud a edad avanzada será razonablemente mejor que la de nuestros predecesores. La evolución tecnológica nos permite asumir que el mundo del trabajo va a cambiar radicalmente: desaparecerán unos puestos, se crearán otros nuevos y habrá que aprender nuevas habilidades. La contracción de la natalidad nos indica que la población adulta deberá ocuparse mucho más tiempo para dar servicio a las necesidades de la sociedad.
Visto todo lo anterior, la pregunta que las personas a menudo nos hacemos adquiere aun mayor importancia y urgencia:
¿Qué quiero realmente de la vida?
A veces, cuando parece que no hacemos más que sobrevivir, esta pregunta nos sobrepasa y nos parece tan brutal que hasta nos cuesta planteárnosla.
Viktor Frankl, el famoso neurólogo, psiquiatra y filosofo austriaco, en su libro “El hombre en busca del sentido último” escribió:
“.. No apuntes al éxito: cuanto más lo apuntes y lo conviertas en un objetivo, más lo echarás de menos. Porque el éxito, como la felicidad, no puede perseguirse, sino que tiene que llegar, y sólo lo hace como efecto secundario no intencionado de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo, o como subproducto de la entrega a una persona distinta de uno mismo…».
Una vez más: ¿Qué quieres realmente de la vida?