En la vorágine de la vida moderna, donde cada segundo parece estar meticulosamente programado, la idea de no tener un plan puede sonar casi revolucionaria. Sin embargo, conforme nos acercamos a las vacaciones, muchos de nosotros, exhaustos por las demandas del día a día, empezamos a valorar la belleza y el alivio que viene con la espontaneidad y la libertad. «El plan es no tener plan» me viene a la mente, una y otra vez, reflejando un sentimiento generalizado entre muchos de nosotros que hemos llegado a los meses estivales con una intensidad abrumadora.
Las vacaciones, esos oasis en el desierto de nuestras rutinas laborales y responsabilidades familiares, a menudo vienen cargadas de expectativas y agendas repletas que poco hacen para aliviar nuestro agotamiento. La última pausa significativa que muchos recordamos fue durante la Semana Santa, y desde entonces, la acumulación de obligaciones profesionales y personales, junto con las actividades de los niños y otros compromisos, nos han llevado a un estado de fatiga profunda. Agosto se convierte así en un mes de reflexión, donde la idea de no hacer absolutamente nada no solo es tentadora, sino necesaria.
Sin agenda y a lo loco
Este verano, el plan es reinventar lo que significan las vacaciones. «No tener plan, no tener agenda,” quiero convertirlo en el mantra que nos invita a desconectar de verdad, sin la presión de tener que reconectar. No se trata de llenar cada momento con actividades o compromisos; se trata de hacer lo que realmente nos apetece, cuando nos apetece. ¿Una siesta de tres horas? Perfectamente aceptable si eso es lo que el cuerpo y el espíritu demandan.
Esta nueva forma de no planificación es, en esencia, un acto de escucha activa hacia nosotros mismos. Es un ejercicio de conciencia sobre nuestros verdaderos deseos y capacidades, dándonos el permiso para disfrutar del tiempo, del espacio y del placer sin culpa ni reservas.
Una voz que me resuena con la sensación colectiva de agotamiento: «el mejor plan es no tener plan.» Y quizás, en esta simplicidad, radique el secreto para un verano verdaderamente restaurador y gozoso.
Así que conforme nos acercamos a las vacaciones, consideremos despojarnos de las cadenas de las expectativas y las agendas apretadas. Redescubramos la libertad que viene de simplemente ser, de respirar sin prisa y de vivir cada momento según lo dicta el corazón. Después de todo, en la calma y el silencio de un día sin planes, podríamos encontrar la paz y el rejuvenecimiento que tanto hemos estado buscando.
¡Feliz verano! Nos vemos en septiembre -;)
Por Casilda Guelbenzu, socia de Recarte & Fontenla, Executive Search.